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El legendario rey Shivaji

Chhatrapati Shivaji Maharaj (1630-1680) fue un legendario guerrero y sabio gobernante del Imperio Maratha, que ocupó gran parte de lo que hoy es la India.

Su sede fue Pune, donde gobernó como rey "raja” y más tarde asumió el título de emperador "chatrapathi”, elevándose formalmente al nivel de un gobernante mogol. Cambió el curso de la historia india al desafiar el dominio de la dinastía mogol y convirtió a la población subyugada en una sociedad digna y patriótica que acabó por quebrar el poder del Imperio mogol.

Shivaji no luchó contra los musulmanes ni contra su religión, sino sólo contra la dominación de los gobernantes mogoles. Al contrario, amaba y respetaba profundamente todas las religiones. Una vez dijo que el hinduismo y el islam eran manifestaciones del mismo espíritu divino, y animó a todo el mundo a practicar su propia religión.

Aunque cumplía concienzudamente sus deberes como gobernante, seguía sintiendo que algo faltaba en su vida. Así que visitó templos y lugares de peregrinación, pero no pudo experimentar la verdadera paz y tranquilidad de la meditación profunda. Así que empezó a buscar un maestro. Finalmente, en un pueblo encontró a un santo sentado bajo un árbol con algunos de sus discípulos. Shivaji se le acercó humildemente y le pidió que le aceptara como discípulo. El santo respondió: "Te acepto como discípulo, pero tu deber es proteger a tus súbditos. Mi deber a su vez es rezar y meditar. Si lo deseas, puedes visitarme de vez en cuando". El rey Shivaji aceptó, regresó a su palacio para reanudar sus deberes monárquicos y se sintió muy feliz de haber encontrado realmente a su maestro espiritual. El santo se llamaba Ramdas y era el año 1672.

El nombre y la fama de Shivaji se extendieron mucho más allá de Maharashtra y penetraron en todos los rincones del subcontinente indio. Incluso el gobierno británico sentía una inmensa admiración por él. Todas las habilidades externas de Shivaji se debían a su valor moral y a su dimensión espiritual de la vida. La oración y la meditación eran más importantes para él que el poder real. Deseaba ser un siervo de Dios y no un gobernante del hombre. Sabía por experiencia que el éxito, la riqueza y la fama nunca podrían igualar la paz interior y la felicidad.

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